Stuart Mill freedom of expression
* Adrián Lozano
John Stuart Mill fué
un economista y filósofo británico; representante de la ideología burguesa y destacada
figura del positivismo. Nació en
Inglaterra en 1806 y murió en Francia en 1873. Tuvo una infancia con muchos
libros y pocos juegos. El cambio, la dinámica social y el debate que propone este
autor son su mayor defensa de la libertad de pensamiento y discusión. Consideraba que las leyes no se mejorarían nunca si no
existieran numerosas personas cuyos sentimientos morales sean mejores que las
leyes existentes.
Este
exponente del utilitarismo defendía la libertad de expresión. Ella debía analizarse
como principio de una ética práctico-argumentativa, fundamentada en el
individuo, en tensión con la opinión colectiva, relativa a un concepto de
verdad en proceso.
Mill
no aprobaría la posibilidad de que un gobierno, a pesar de contar con un fuerte
respaldo mayoritario, ni aunque lo que se pretende defender sea una temática
superada para esa sociedad, recorte la libertad de expresión de aquel sector
que opina distinto al resto.
Considera que una opinión expresada siempre puede contener aspectos
positivos, aunque ella sea falsa, exagerada o inapropiada para esa sociedad en
ese momento. En este caso promovería algún debate que sólo puede llevar a un buen
puerto. Abriría las puertas de una nueva discusión sobre la cuestión y
posibilitaría que aquellos que están en contra de las actitudes racistas y
discriminatorias ofrezcan nuevos argumentos para defender aquellas ideas que se
encuentran instaladas y que revean los fundamentos que sostienen esa forma de
pensar y de actuar. Tal vez se encuentre en el debate nuevos elementos que
refuercen los conceptos instalados o quizá sirva para encontrar actitudes
discriminatorias propias escondidas o naturalizadas por la sociedad en la
actualidad.
El
caso de la discriminación racial es un tema que está superado en muchas
sociedades y por suerte son pocos los que apoyarían este tipo de actitudes;
pero hasta en estos casos, Mill sostendría que no debería ser un tema
indiscutible y acabado, todo lo contrario. El ataca la infalibilidad de las
ideas y sostiene que todo debería ser expuesto a debate. En el caso de que una
opinión fuera verdadera y no fuera sometida a debate, se estaría privando de la
posibilidad de modificar concepciones que se tienen falsamente como verdades
indiscutibles y en el caso de que la opinión sea falsa se estaría privando de
la sana argumentación que le otorgaría más consistencia a lo sostenido. También
podría estar ocurriendo que la falsedad de una argumentación contenga aspectos
verdaderos o positivos que nutran, mejoren o modifiquen aquello que se entendía
como incorregible. Es el modo en que se defendería el carácter progresivo de
las personas en pos de un mejoramiento constante y permanente.
Mill
argumentaría también que esta publicación sería positiva para que esta idea
antidiscriminatoria o racista no se viva como un dogma estudiado y repetido,
sino todo lo contrario, que se combata a
través de vivencias propias y argumentos esgrimidos por los actuales ciudadanos
y no sólo sostenido por la lucha de aquellos que escribieron sobre el tema en
otros tiempos o que enfrentaron la problemática en persona.
Por estos motivos, Mill promueve y alienta la
obligatoriedad que tienen los gobiernos de formar opiniones lo más verdaderas
posibles pero si ser impuestas compulsivamente por ellos.
La
historia muestra muchos ejemplos en donde se han modificado concepciones
fuertemente arraigadas en las sociedades. Estos cambios se fueron dando con las
opiniones, en un principio, de sectores minoritarios. Por medio del debate y de
las confrontaciones se fueron transformando las verdades absolutas en dudas y
luego en cambios sociales. Pensemos en la esclavitud, la matanza de judíos o en
la imposibilidad del voto femenino. Si estas nuevas ideas hubiesen sido
aplastadas en defensa de la opinión mayoritaria, nunca se hubieran modificado
tales injusticias.
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